Todo
empezó un día, ni muy soleado ni muy nublado. Un día que parecía ser como
cualquier otro desde que la guerra entre continentes nos dejó sin alegría ni
esperanzas. Los amigos ya no eran amigos, la gente no hablaba co nadie, en fin,
un auténtico desastre.
En
el mar que se veía desde mi ventana, se podía ver, no muy lejos, un barco
colosal de color negro y de aspecto tenebroso. Normalmente, dede hace tiempo,
no había ningún barco, tan solo unas cuatro o cinco barcas pesqueras
abandonadas y en mal estado. En el puerto atracó el inmenso buque. Todos
pensamos que quizás venía para negociar, pero no, en realidad venía a
conquistar nuestro continente, o lo que quedaba de él.
La
población estaba aterrorizada, sin embargo pudios escapar en una barca, sin que
el ejército nos viera. Navegamos durante un día. Los suministros de comida se
iban acabando poco a poco, y sin darnos cuenta, vimos que el barco negro nos
estaba siguiendo. Cayó la noche y todos nos dormimos agotados. Con las luces de
un nuevo día vimos que de repente otras dieciséis barcas más, como la nuestra,
dañadas por el ejército, nos hacían señas y, entonces supimos que no estábamos
solos; se oyó un ruido un poco más lejos y la silueta de un barco blanco,
enorme, apareció ante nuestros ojos. Su bandera llevaba con orgullo lo que
todos estábamos esperando desde hacía mucho tiempo: “LA PAZ”. Se fue acercando
y poco a poco las diecisiete barcas fuimos dirigiéndonos hacia él. De barca en
barca nos iban subiendo a bordo. La gente reía y nos abrazábamos.
La guerra había acabado, la gente de los siete
continentes se uniño como los colores del arco iris y las personas de cada
barca gritaron al viento una palabra para contribuir a la paz.
Adrián
Pérez Peñalver. 6ºA
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